lunes, 30 de agosto de 2010

Que continúa la historia de éste hidalgo en la playa de Shanghai, además de otras muy famosas aventuras.

Había dejado la historia de mi visita a la playa inconclusa. Si recordamos, lo último que había pasado era que el guardia pelusón me había tocado la puerta, para decirme a mí y a mi compañero de pieza que íbamos a los masajes. Yo le pregunte si se refería a masajes o “masajes” y él con toda soltura me respondió que hablaba de masajes verdaderos.

Bajamos entonces al estacionamiento del hotel, pero el bus que debía llevarnos no estaba. La verdad es que el ambiente era bastante raro. En el estacionamiento del LIH, dos chinos en un BMW fumaban y hablaban bajo, un viejo sentado en una mesa miraba, y no se oía más que el ruido de los pájaros que a veces cortaban el silencio. Así estuvimos, yo, mi compañero de pieza y el chofer peluson por cinco minutos, sin hablarnos (no era tan fácil en mi caso) ni hacer gesto alguno. Pero de pronto apareció el bus manejado por uno de los choferes. Al parecer, habia ido en una “misión de reconocimiento” y ahora volvía con novedades desde el frente de batalla. Nos subimos, entonces, los tres al bus y partimos. Las calles de Lampa se veían desiertas, y los más de 30 grados flotaban en el aire haciéndolo desagradable. En el camino, pasamos a buscar a algunos de los choferes que estaban en rincones perdidos, al parecer buscando la casa de masajes que nunca encontraron. Pero después de un rato llegamos a nuestro destino. Uno de los choferes se subio al bus y me dio un helado de piña. Hubiese sido un gran helado si a los chinos no se les hubiera ocurrido, por alguna razon, echarle sal.

Ahí mismo, mientras comía mi helado uno de los choferes me pregunta, apuntando a la casa que estaba frente a nosotros: Ni yao bu yao? (tu quieres o no). Sha me (que?) –pregunto yo. Zhega (esto) mientras hacia el gesto de un masaje… he zhega o esto, mientras hacia el gesto universal del sexo) Jaj, ja, ja… se rio el… zhega, dijo, mientras hacia el gesto sexual.

Habíamos llegado entonces, a una casa de remolienda, o de citas, o de fiestas, o de huifas (esta ultima expresion es mi favorita porque me imagino a un Viejo gritando huiiiifaaa). Para que lo tengan claro mis lectores, una casa de huifas china es, como su nombre lo indica, una casa. Acá no hay guardias con sombreros de copa, ni música, ni caños, ni asientos de terciopelo, ni copete… ni siquiera una luz roja que indique la naturaleza de la casa. Es, sencillamente, una casa.

Se bajaron allí, todos los choferes que habíamos ido recogiendo en el camino, y yo me quede en el bus junto con mi compañero de pieza. Mientras tanto, en una moto llegaban dos “refuerzos” femeninos que eran necesarios ante tal contingente de hombres. Siendo sincero, los refuerzos no andaban nada de mal. Pero nos quedamos en el bus un par de minutos, sin saber mucho que hacer. Hasta que, al fin, decidimos bajarnos.

Entrando en la casa llegamos a una especie de sala de estar angosta pero muy larga. En uno de los rincones, la regenta del lugar miraba una teleserie china. Poco más acá, en un sofá estaban sentadas las que boto la ola: la gordita y la vieja. Frente a ellas, habia un sillón donde yo y mi compañero de pieza nos sentamos. Por supuesto, el hecho de que yo fuera occidental causó furor entre las presentes, salvo la regenta que no se despegaba de su teleserie. Pero la gordita y la vieja de mostraron entusiasmadas, pues seguramente yo era el primer occidental que alguna vez ingresaba a tan respetado lugar de Lampa. La gordita entonces se me ofreció raudamente. “Yao bu yao” –repetia una y otra vez- “yao bu yao”. “Bu yao (no quiero)” le respondia yo. Ahi la gordita volvia a la carga…solo 100 yuanes (7 lucas) decia… muy barato. “Bu yao, repetia yo”. 90 yuanes!! Volvia a la carga. Solo 90 Yuanes. Entretando mi compañero de pieza y la vieja hablaban no se de que, aunque pude comprobar que algo decian de mi y de lo que hacia alli, y que no entendía lo que ellos hablaban. La gordita, por su parte, iba ya en 50 cuando se aburrió y se dedico a ver la teleserie.

Así pasaron una par de minutos en un silencio incómodo, hasta que una de las obreras del placer que estaba trabajando, apareció en la sala, colgó una llave en un colgador, conto unos billetes, le dio uno a la regenta y se sentó poco mas allá en la sala.

La verdad es que la nueva invitada andaba bastante bien: era muy delgada, usaba una mini, peto y pelo corto, y no estaba muy maquillada como suelen estarlo las chicas de esta profesión. Asi que la gordita, sabiendo que su colega era guapa se volvio loca. Creyendo que el problema con la transacción anterior habían sido sus kilos de más, o el hecho de que estuviera en piyama, repetía insistentemente apuntandola a ella y mirándome a mi: “Yao bu yao! Yao bu yao!” Cuando le conteste: “Bu yao!” Entonces definitivamente no entendió nada. Y mirando a mi compañero de pieza le pregunto (según creo): “¿y este? A que viene acá si no quiere nada con ninguna de nosotras?” A lo que él le contesto: Vino porque quería que le hicieran un masaje…. Jajajajajaj, carcajada general. Hasta la regenta, que hasta el momento no había participado, se reía de la estupidez el occidental, que llego acá pidiendo un masaje.

Por mi ridículo fue cortado de sopetón por las chiquillas que volvían junto con los choferes que, o bien eran de tiro corto, o bien tenían muy poca plata, porque no habrán estado más de 10 minutos con ellas. Así que todos subimos al bus, los refuerzos a su moto y volvimos al LIH, cuando no eran más que las 11 de la noche.

Al día siguiente, temprano en la mañana nos despertaron. La idea era hacer una de esas actividades “team building” del tipo, confía en tu compañero, comunícate con él, etc, etc. La verdad es que este tipo de “dinámicas” las encuentro profundamente vomitivas, y creo que la mejor manera de lograr ese “espíritu de equipo” debe ser hacer un gran asado con suficiente alcohol para que la gente empiece a decir lo que realmente piensa. Pero esas actividades, que en una empresa en Chile podrían resultarnos vomitivas, en China son todo un placer. La escena de esas actividades lúdicas en las que yo estaba metido, se parece a aquella escena de “Perdidos en Tokyo” en que Bill Murray está en medio de un programa japonés de concursos, donde él es el único que no entiende de qué se ríen todos. Esto era lo mismo. Estaba yo en medio de estas actividades extrañísimas, con unos monitores que hablaban y hablaban sin parar, y la gente que reía. Había que hacer cosas como equilibrar unos palitos entre varios, saltar de lámina en lámina siguiendo unos números, y otras cosas. Para peor, en el centro de convenciones del LIH el aire acondicionado estaba malo, así que todo esto era ante 40 grados de calor, con sonrisitas y discursos finales que yo no entendía.

Luego de eso almorzamos y nos volvimos a Shanghai, en uno de los fines de semana más extraños de mi vida.

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