Vengo recién llegando de un paseo a la “playa” (la razón de las comillas se explicará más adelante). El viaje no tenía nada de especial, era simplemente el paseo anual de todos los profesores y funcionarios de los dos colegios en que trabajo (que son de un mismo dueño) a fin de conocerse, crear lazos como equipo y bla, bla, bla. Pero lo que en cualquier lado no sería más que un paseo latero más, en China, donde todo es extraño, pasa a ser un fin de semana épico. Porque como veremos, conocí hoteles de lujo perdidos en la nada, playas de utilería, el famoso y alcohólico kambey, y otras cosas que no vale la pena adelantar. Sin embargo, por razones logísticas no puede llevar cámara al paseo (básicamente porque no tengo), así que intenté tomar todas las notas mentales posibles durante el viaje, y ahora trataré de ponerlas por escrito.
La cita era el sábado a las 8:15 en uno de los colegios donde yo hago clases. Por supuesto, yo llegué a las 8:25. En Chile eso no hubiera sido problema, porque estaríamos recién subiendo las cosas al bus. Pero en China, por supuesto, la cosa fue diferente y yo era el único al que estaban esperando para poder irse. Ya arriba del bus (en realidad eran varios furgones escolares) me dieron mi snack chino: una serie de exquisiteses para compartir como: algas (sí, algas), huevo duro negro (sí, negro y muy malo), tomates cherry, turrón sin gusto a nada, una especie de salames nada apetitosos, palitos de pescado seco, y unas galletas hediondas y picantes que no se las deseo ni a mi peor enemigo. Pero bueno, comí lo que pude y luego de pasar a buscar al resto de la gente al otro colegio partimos a la playa.
Shanghai tiene más de 20 millones de habitantes, y queda en el país con más población del planeta. El resultado de esto es que Shanghai no se acaba nunca. Así que anduvimos por una carretera en medio de edificios, luego, casas, luego fábricas, y luego otra vez casas pero con plantaciones de arroz entremedio. Lo que en Chile se llamaría campo es algo que aquí nunca se ve, a lo más hay pequeñas parcelas sembradas, de 3 o 4 hectáreas y rodeadas por casas, muchas casas. Seguimos por este paisaje entre de entre suburbio y campo (algo así como Lampa) por lugares nada de especiales. Cada cierto tanto había fábricas, casas abandonadas o gente en bicicleta. No era un lugar al que uno se hubiese ido de vacaciones pero, de pronto… doblamos en la esquina y llegamos a nuestro hotel. Éste estaba rodeado por un tranque feo y un peladero. Nada de jardines ni parafernalia. Era algo así como el Lampa International Hotel (en adelante LIH). Lo extraño de todo es que el LIH, pese a su entorno poco prometedor, no tenía nada que envidiarle al Radisson, o al Intercontinental, o a algún hotel de esos. Sus buenos mármoles en .grandes piezas con puerta con tarjeta, su regio restaurant, etc. Incluso le llevaba una sala de karaoke. Yo, viendo tal lujo en medio de Lampa, no paraba de preguntarme cómo sobrevivían, o quien (además de nosotros) podía ser tan raro como para ir a meterse allí.
Pues bien, llegados e instalados en nuestras habitaciones (a mí me tocó con uno de los choferes de los buses escolares) partimos a almorzar a unos dos kilómetros de allí. Tengo que explicarles un poco cómo funcionan los restaurantes en China para que entiendan la situación: las mesas son redondas, y en muchas ocasiones (como ésta) están en piezas separadas una de la otra. Al centro hay un gran disco de vidrio que gira, en donde se van poniendo los platos. Cuando el disco gira uno picotea lo que quiere con los palitos. Los tragos también van girando y se les van sirviendo a todos, y si a uno se le ocurre tomarse la mitad del vaso entonces se lo van a rellenar. A mí me tiraron con todos los hombres. Machos brutos y buenos para tomar: eran todos los choferes y maestros chasquilla de los colegios. También llegó y se sentó junto a nosotros el dueño del colegio. Fue en ese contexto donde conocí el kambey.
El kambey no es algo tan raro en realidad. Es simplemente la tradición de mirar a tu compañero de mesa a los ojos, golpear el vaso en la mesa, decir kambey y tomárselo al seco (el vaso, no el compañero). Eso también se hace en Chile pero en China el problema es su connotación social. Cuando alguien quiere hacer negocios, por ejemplo, necesariamente debe emborracharse a punta de kambeys. Cuando alguien, como en mi caso, quiere entrar con un grupo de personas a las que no le entiende ni lo que habla, debe hacer lo mismo. Por supuesto que la víctima de los kambey fue en este caso el pajarito nuevo: el chileno. Y los tragos no eran cualquier cosa. Los chinos toman un fuerte de destilado de arroz (que en Japón se llama sake, en China no me acuerdo) que tiene 52 grados!! Y además, si uno baja su vaso se lo vuelven a llenar. Pero los resultados de tanto kambey fueron extraños. ¡Porque al quinto o sexto empecé a entender chino! O al menos mi mente de borracho le ponía subtítulos a lo que hasta hace poco era ininteligible salvo por algunas palabras. Y la conversación que escuché fue la siguiente:
El pelusón tallero del grupo decía: - Hey cabros, en la noche les tinca si vamos por unos masajes?
- Wena wena, dicen todos, vamos por unos masajes.
- Pero masajes de los buenos dice otro pelusón -haciendo el gesto técnico universal de meter el dedo índice de una mano en un circulito que hacía con la otra mano.
- Ya salió este hueón! –decía el pelusón- uno habla de masaje en los hombros la espalda… y este sale con sus leseras.. será porque andai con el kino acumulado-le decía.
- Si po –le respondía el otro- es que tu señora me tiene con el agua cortá.
- En serio? A ti también?
Cagadero de risa general en el que yo me incluía.
Pasaron los platos, los kambey, la comida y las horas y terminó el almuerzo. Y un poco encufifado pero feliz con mis nuevos poderes volvimos al Lampa International, por una siesta más que oportuna.
A las cuatro me despierta mi compañero de pieza diciéndome que nos íbamos a la playa. O a lo menos eso entendí con lo que quedaba de mis poderes, que se iban rápidamente junto con la curadera. Pero no estaba tan mal, porque a la playa justamente íbamos. Ésta estaba a poco más de 20 minutos del LIH y es muy difícil describirla. Para hacerlo voy a decir lo que tenía y lo que no.
La playa de Shanghai no tenía:
Gaviotas ni pelícanos ni ningún otro bicho.
Gente tomando sol (cuando hay sol hace mucho calor, y la playa por lo mismo sólo abre a las 5, además no hay espacio para tomar sol).
Gente jugando paletas, ni fútbol ni volley
Gente vendiendo pan de huevo, o cuchuflí, o palmeras.
Bikinis: las chinas solo usan la parte de arriba, abajo usan una faldita.
Toallas para echarse: la gente se sienta en sillas por la que pagan.
Arena. En realidad habrían 4 o 5 metros pero era muy poca para contarla.
Olas: era una taza de leche.
Consecuentemente: gente con tabla de body o de surf.
Occidentales (salvo yo, claro)
Ahora, lo que la playa de Shanghai sí tenía era:
Muuuucha gente en cada rincón de la playa y del agua.
Salvavidas: una cantidad impresionante de ellos.
Boyas: el área de nado era de 10 metros desde el agua, marcado con boyas. No se podía pasar más allá, aunque yo lo hice un par de veces sólo para molestar a los salvavidas.
Flotadores redondos alrededor de la cintura: la mayoría de los chinos no sabe nadar y usaba estos ridículos flotadores, eso pese uno podía topar el fondo en toda el área de nado.
Rompeolas: cien metros más allá de las bolyas, unos rompeolas artificiales aislaban totalmente la playa del mar de verdad. No vaya a ser que algún rebelde se pase de las boyas.
Lockers, duchas y camarines: enormes y muy buenos.
Entrada: Sí, se pagaba por entrar a este paraíso en la tierra, aunque nunca supe cuanto.
Luces: cuando se va la luz natural los chinos iluminan parte de la playa y del agua para que uno siga nadando.
Reflexión final respecto a la playa: los Chinos son unos niños porque son tratados como niños. ¡Ni siquiera uno tiene la libertad de ser idiota, nadar un poco más allá y ahogarse! ¡La libertad de ahogarse! Nunca pensé que me sentiría tan invadido e idiota por no tenerla.
Pero bueno, volviendo al relato, yo nadé y chapotié de lo lindo en el agua (que a todo esto era como meterse a una tina) le tiré agua a mis profes compañeras y molesté a los salvavidas pasándome de las boyas. Cuando llegó la noche nos fuimos al mismo restaurant donde comimos (yo seguía acañado y logré pasar piola esta vez con los kambey) y a eso de las 10 llegamos al LIH.
Me instalé, entonces, con mi compañero de pieza y ya me disponía a acostarme mientras él veía en la TV cosas que yo no podía entender cuando de pronto golpearon la puerta. Era el chofer pelusón, que nos decía: y bueno, vamos a los masajes o no? Vamos! Contesté yo. Pero para saber lo que pasó en ese curioso lugar va a tener que esperar hasta el próximo capítulo (lo siento pero ya es tarde y mañana tengo pega temprano).
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ResponderEliminarSon la raja los paises superpoblados, a uno le cambia la apreciación de todo.
ResponderEliminarSoy una fiel seguidora de tus aventuras y este... es mi favorito!
ResponderEliminarte quierooo
Dieguito: gozamos con tu papá leyendo tus aventuras y esperamos ansiosos por leer tu blog.
ResponderEliminarMaravilloso Nana.
ResponderEliminarEl relato me hizo recordar la piscina de 30 centímetros de la casa de Hernán y las absurdas reglas de la tía Mónica para que el salame de su hijo no se ahogara a los 16 años de edad.
Saludos a los compañeros de pega.
Saca la guelta y sigue deleitándonos con tus relatos.
keep on touch
aron.