martes, 30 de noviembre de 2010

Día 4, 25 de Noviembre: De toures y tacos.

Los gallos y las viejas volvieron a despertarnos muy temprano al interior del Tulou de Gaobei. Por lo tanto, y ante la ausencia de ducha (ni baño, esto es la edad media, aunque no tanto porque el balde que lo suplía era de plástico y no bambú) nos levantamos tempranito a recorrer el Tulou. La arquitectura de este edificio era impresionante. Al enorme anillo exterior de 4 pisos (en el que dormimos nosotros, más precisamente en el tercer piso) se le sumaban cuatro anillos más al interior con cocinas, casas, bodegas y finalmente un templo taoísta. Ahora bien, a pesar de lo impresionante del lugar, el turismo había ciertamente robado algo de la magia original del lugar, y que aún conservaba Chuxi. En este Tulou la gente se dedicaba ya, casi exclusivamente al turismo. Esto es, a la venta de té, souvenirs, libros, dulces, y monitos plásticos made in china como los que se pueden comprar en la feria de Iloca. Aunque aún existían algunas viejitas que vivían su vida como siempre al interior del Tulou. Otra señal poderosa del efecto del turirmo es que si, por un lado, en Chuchi cualquier terreno cultivable estaba cultivado con pequeñas huertitas labradas a mano, acá muchos potreros lucían abandonados, al no haber nadie ya dispuesto a trabajarlos.

Por otra parte, a eso de las 11 hicieron su aparición magistral uno de los peores enemigos que cualquier visitante va a encontrar en China: los tures. Estos son encabezados por una joven china que las oficia de guaripola. Lleva una banderita y un pequeño parlante por el que no deja de hablar atropelladamente como si se acabara el mundo. Atrás de ella vienen 20 o 30 chinos sacándole fotos a cualquier cosa que se mueva, atropellándose y empujándose, gritándose de un lado a otro, bloqueando las puertas, las salidas, los pasillos, todo. Lo peor es que los chinos son tan programados que todos andan en tour. Cuesta encontrar alguno con el nivel de independencia suficiente como para conocer algo por su propia parte, pues sencillamente están habituados a seguir a la masa. Por lo mismo la cantidad de toures a eso de las 11 se hacía enfermante dentro del Tulou, y como habíamos recorrido la mayor parte de él decidimos escapar.

Una vez afuera recorrimos otros Tulou que había en los alrededores, almorzamos una típica comida china y pensamos que hacer a continuación. Las opciones aran 2: o bien nos íbamos a otro grupo de Tulous (el más grande y conocido) o bien nos escapábamos a Xiamen, en la costa sur de la provincia de Fujian. Por una serie de razones (entre ellas económica pues ir a ver los otros Tulou era muy caro) decidimos partir a Xiamen con cualquiera de los buses turísticos que había en el lugar, que volverían a Xiamen y que por un monto negociable nos llevarían también.

Y así lo hicimos, aunque el camino nos depararía algunas sorpresas. Los pasos montañosos por los que andábamos eran muy bonitos. De los cerros se descolgaban hacia las quebradas los bosques de bambú y las selvas. Abajo en los valles, las aldeas Tulou se multiplicaban en número, rodeadas de colinas aterrazadas sembradas de arroz y bananas. Viendo ese paisaje estábamos cuando de pronto el bus se detuvo en un taco. Más adelante se podía ver que la calle estaba tapada por rocas que habían caído desde un corte en el cerro que había en ese lugar. Primero pensamos que era un derrumbe, pero después descubrimos que había máquinas arriba del cerro tirando rocas al camino, y que luego un buldozer pasaría limpiándolo. En esa media hora de espera nos bajamos y nos hicimos amigos de unos daneses que por ahí andaban, y volvimos a hablar con una portuguesa de Macao que habíamos conocido hace poco en Gaobei. Cuando el buldozer al fin pasó, el camino todavía se veía algo inestable. En cualquier momento las rocas de arriba caerían y aplastarían a algún auto. Por eso todos los que hacían la fila esperaban que el camino se despejara, y luego pasaban muy rápido para no arriesgarse.

Después de eso al micrero se le acabó la bencina, aunque por suerte traía un bidón de reserva y pudimos seguir. Además el conductor se perdió varias veces en el camino, y dentro de Xiamen mismo, por lo que al final el viaje que debía ser de tres horas, terminó siendo de casi cinco. Llegando a Xiamen nos bajamos en un McDonalds para usar el Wi Fi, buscamos en internet un hostal y nos fuimos allá (tip: en internet decía que no habían habitaciones disponibles, pero en el hostal sí había, esto suele pasar).

He aquí una vista del taco que nos comimos



Y de los Tulos por fuera
Y por dentro.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Día 3, 23 de Noviembre(Chuxi Tulou Village, Gaobei):

Los numerosos gallos del pueblo de Chuxi, además de las viejas que gritaban a igual volumen nos despertaron a eso de las 7. Y la verdad es que no fue tan mala idea, pues apenas nos asomamos a la ventana pudimos ver el increíble pueblo de Chuxi. Un lugar en medio de las montañas donde, aunque suene cliché, el tiempo se había detenido. Frente a nosotros veíamos un pequeño riachuelo en el cual nadaban muchos patos, y al frente los 4 Tulous principales: construcciones de tierra circulares (salvo algunas cuadradas) de 4 pisos de altitud, y como telón de fondo otros Tulous y casas de barro, para llegar finalmente a las terrazas donde se cultivaba arroz, todo esto circundado por cerros tapados de bosques de bambú. En el pueblo no había autos, todo era escaleras con riachuelos entrecruzados, y pequeñas chacras sembradas por allí y por acá de lechugas, papas, arroz o caña de azúcar.

La gente de Chuxi era muy amable. Algunos de ellos con suerte hablaban mandarín (que a esa altura era para nosotros como que alguien hablara inglés) pero se esmeraban en ser amables con nosotros porque sí. Cada saludo de una señora era una invitación a tomar té (cultivado por ellas mismas por cierto) y a sentarnos con ellos. La población eso sí, estaba compuesta básicamente por abuelos y nietos, porque los padres se habían ido, quizás hacia donde, a buscar suerte.

Lo más increíble de la experiencia era sentir que de verdad estábamos viendo cómo vivían los chinos de este pequeño pueblo rural, pues aunque habían algunos puestitos de artesanía, los turistas brillaban por su ausencia. Sólo vimos un grupo de 4 en todo el día, los que por cierto, eran chinos. Así, luego de recorrer el pueblo, jugar con los niños y escaparnos de unos guardias que querían pedirnos la entrada (la que como repito: no pagamos porque llegamos muy tarde) decidimos ir a hacer un trekking por los alrededores. Nos fuimos caminando entonces por las terrazas de arroz hacia arriba, hasta llegar a un pequeño camino que subía los cerros limitando las terrazas con los bosques de bambú. Luego de unos 25 minutos llegamos a otro pueblo Hakka, también con varios Tulou pero al que, al parecer, no se había somado nunca un turista. Por lo mismo el pueblo era algo decadente, muchos tulous se habían transformado en enormes gallineros, y los escasos habitantes, todos ancianos, nos miraban con desconfianza: era lo más cercano a un pueblo fantasma en lo que he estado.

Después de eso seguimos por el camino que giraba hacia la izquierda y cruzaba el río que cortaba el valle, y llegamos a otro pueblo Tulou., menos abandonado que el anterior pero igual de recóndito. Acá nos ocurrió algo extrañísimo. Una señora que , como todas, separaba las hojas de té de sus palitos, nos invitó a conocer un Tulou que quedaba unos 500 metros cerro arriba. La acompañamos entonces y lo que encontramos era sorprendente. En el centro del Tulou, donde habitualmente había gallinas, había árboles y una fuente de agua. Las escaleras y los corredores, de una madera habitualmente envejecida, estaba aquí casi nueva. Las habitaciones que siempre eran oscuras, acá habían sido remodeladas e iluminadas, y tenían grandes camas de blancos cubrecamas. Los baños modernos por lo general en los Tulou no existían, pero acá no sólo existían, sino que tenían azulejos y artefactos como los de cualquier baño de un hotel. En resumen: el Tulou había sido adaptado como hotel el problema es que… no había nadie allí!! Ni siquiera había turistas en Chuxi, y menos en este pueblo al que se llegaba después de 30 minutos caminando cerro arriba entonces ¿por qué hacer esa inversión? ¿quién la había hecho? ¿Quiénes esperaban que llegaran hasta allá? Nosotros preguntamos el precio también, pero al ser muy caro y requerir que subiéramos las mochilas cerro arriba, decidimos no aceptar, pero el misterio quedó flotando en el aire.

Después de esto volvimos a Chuxi a decidir qué hacer, y tras pensarlo mucho decidimos partir a otros Tulou, que quedaban algo lejos de allí pero eran muy famosos. Negociamos entonces con algunos lugareños (todo esto en chino, por descontado que se hablara inglés), hasta que logramos que por 200 yuanes nos llevaran a Gaobei, que es el Tulou más grande de los que existen.

Así, luego de unos 45 minutos por caminos horribles, llegamos a este famoso Tulou, que se encontraba en un valle mucho más accesible que los anteriores y, ere, por consiguiente, bastante más turístico, lo que se podía apreciar de inmediato por la cantidad de hostales, restauranes y tiendas que había en los alrededores. Sin embargo, la picardía del chileno otra vez primó, y descubrimos que a esa hora ya no había que pagar para entrar al Tulou más grande (la entrada costaba 50 por persona), y aunque ya era de noche, conseguimos que una señora nos arrendara una pieza adentro del Tulou mismo, por módicos 40 yuanes, y así en la mañana podríamos verlo sin tener que pagar la entrada.


kjnkjn




Aquí va una imagen de uno de los Tulou por dentro:





Y esta es la panorámica del pueblo

jueves, 25 de noviembre de 2010

Crónicas viajeras 2- Longyang- Chuxi Tulou Vilage



Día 2 (22 de Noviembre): Longyang-Chuxi Tulou Vilage

A las 6 de la mañana nos despertaron las luces del tren, junto con una música pop bastante insoportable. A éste hora comienza la vida en China, y ante eso no hubo más que adaptarse (aunque tipo 9 volveríamos a quedarnos dormidos). El paisaje por el que avanzaba el tren era una región montañosa típicamente china. Pero ésta tenía varias particularidades. Primero: a pesar de estar en el campo, las casas de la gente en muchas ocasiones eran edificios de tres o cuatro pisos, que se elevaban entre los campos sembrados de arroz (en las zonas bajas) y té (en las zonas altas). Además, cada cierto trecho se aparecía una gran industria, en medio de la nada, con sus chimeneas tirando humo al cielo (bueno, en alguna parte tienen que fabricar todos los made in china. Junto con eso, impresionaban las obras de infraestructura en construcción. Aquí y allá se elevaban puentes y túneles a medio terminar, tan grandes como jamás había visto. Se nota que el gobierno chino tiene mucha plata, y que quiere invertirla en infraestructura. Cada cierto tiempo también, y en medio de la nada, aparecían pueblos y ciudades no muy grandes (tipo Molina) pero con edificios de 20 pisos. Por último, otro asunto extraño del paisaje era la intensidad con la que se cultivaba la tierra: cualquier rincón era útil, y eso incluía la orilla misma de la línea del tren, o el metro de tierra entre una vía y la otra.

A cierta hora nos dio por recorrer el tren. Queríamos ir hasta el coche comedor para (pese a que llevábamos comida) ver qué tenían ellos que ofrecer para comer o tomar. Recorrimos entonces más de 7 carros de este tren, que eran estrictamente iguales salvo por el de primera clase, con piezas individuales de 4 camas más anchas y blandas que las nuestras. Cuando llegamos al restaurant, eran justo las 12: hora estricta e almuerzo china. Pero no había ningún cliente, todo lo que se veía eran 5 o 6 mozos (para 8 mesas) un par de guardias, y unas señoras cuya profesión ignorábamos. Todos ellos se repartían por el restaurant, echados en las butacas tomando té y fumando (pese a que había por lo menos 5 advertencias de no fumar). Cuando quisimos sentarnos en una de las mesas con mejor vista y luz, nos llegaron a preguntar lo que queríamos, y viendo los platos que ofrecían, les dijimos que no queríamos nada. Entonces nos corretearon de las mesas diciendo que eran para comer. ¿quién?- pregunté: ¡aquí no hay nadie! Es para que comamos nosotros –nos dijeron los mozos. Ante tan brillante argumento optamos por no pelear y nos pusimos en un rinconcito, mientras ellos se repartían en las butacas, echados como si nada.

Después de varias horas llegamos al fin hasta nuestro destino: Longyang. Cuando ya eran las 4:50 de la tarde. Nuestro destino era incierto. Sabíamos que queríamos ir a conocer los Tulous: enormes casas de barro circulares, perdidas entre las montañas de la provincia de Fujian, en las que viven de forma comunitaria grandes grupos de una etnia particular llamada los Hakkas. El problema de llegar a ellas es que en guías turísticas como Lonely Planet, e incluso en internet, la información es más bien escasa. Y por lo tanto, llegamos a Lonyang sin saber mucho qué hacer a continuación. Sabíamos eso sí que los Tulous se encontraban en el condado de Yonding, y por lo tanto, llegando a Lonyang preguntamos si había algún bus al pueblo de Yonding, para ver si desde allí podíamos llegar a los Tulous. Nos mandaron entonces al terminal de buses en una moto-taxi, que por 4 yuanes (advertencia para el futuro: el yuan vale aproximadamente 75 pesos chilenos) nos dejó en el lugar. Pero en el terminal ya no había buses, el último había salido 20 minutos antes.

Por lo tanto nos vimos en la posibilidad de, o bien buscar donde alojar en una ciudad que no tenía absolutamente nada atractivo, o buscar la posibilidad de llegar a los Tulou como fuera. Optamos por lo último y nos dedicamos a parar taxis hasta que conseguimos uno que se ofreció a llevarnos por 200 yuanes a un grupo de Tulous que elegimos al azar entre los que teníamos escritos en una lista: ese era Chuxi.

Luego de más de una hora por un camino imposible de malo, y con empacho del taxista incluido, quien se negaba a seguir llevándonos a menos que le pagáramos más plata, llegamos a Chuxi cuando eran las 7 P.M, hora que en el campo chino es ya noche plena y la gente duerme, por lo que difícilmente había alguna luz encendida en el pueblo. Pero por suerte había una, y era una residencial que se ofreció a alojarnos por 80 yuanes. EL taxi y el alojamiento salieron algo caros, pero por haber llegado tarde nos libramos de pagar la entrada el pueblo, que costaba 70 yuanes por persona, y por lo mismo, el negocio terminó siendo beneficioso.



Cronicas Viajeras 1


Un Chileno en Shanghai ya no está en Shanghai. Dejé atrás los niños chinos y salí a recorrer (acompañado por supuesto). Pero como el blog a tenido un relativo éxito, casi tan grande como el de René de la Vega en sus mejores tiempo, he decidido mantener el nombre y mostrarles mis crónicas viajeras... que las disfruten.

Día 1 (22 de Noviembre): De Shanghai a Longyang.

Terminar de desocupar nuestro departamento fue una odisea. 7 meses de vida en Shanghai se arrumaban en cajones y repisas. Muchas de las cosas que, por ese afán humano de la recolección, fuimos juntando, ahora se mostraban como recuerdos inútiles, no necesarios para la vida nómade que ahora llevaríamos.

Pero al fin, tras botar, regalar y guardar, estuvimos listos para dejar Fumin Lu 61. Nuestra vida se redujo entonces a dos mochilas de aproximadamente 20 kilos (muchos de los cuales serían comidos o bebidos pero reemplazados por otras cosas). Con eso en la espalda tomamos el metro de Shanghai, y partimos a la estación de trenes.

Los trenes chinos son de muchas categorías; los hay de levitación magnética que pueden llegar a 450 kms. por hora, trenes bala, que llegan a 250, y trenes más humildes que llegan a 120 o menos kms. por hora. Nuestro tren era de los que llega a 120, y luego de una breve espera (y una comida en un “McDonalds” de comida japonesa) nos subimos a él. Nuestros asientos eran en realidad unas literas, de no más de 60 cms. de ancho que se elevaban por el tren en líneas de tres. Para subirá las más altas había que montarse en una pequeña escalinata que hacía de la operación algo un poco circense.

A nosotros nos tocó en una litera de las más bajas, y la siguiente hacia arriba. Frente a nosotros teníamos unos vecinos con los que tratamos de comunicarnos algo en nuestro rudimentario chino. No había más occidentales en este tren.

A las 9 apagaron las luces y tuvimos que hacer hora para que el sueño nos venciera, a eso de las 11.



domingo, 21 de noviembre de 2010

Breves Chinas: del clima de Shanghai

En Shanghai corren dos vientos. De Mayo a Septiembre corre viento sur. Eso significa que el aire húmedo y cálido del trópico llega a Shanghai. Eso implica calor, mucho calor, y humedad, mucha humedad. Así por ejemplo, la ropa se tiende pero no se seca, y todo se llena de hongos. Desde la puerta del refrigerador hasta las zapatillas del closet. El pan de molde hay que comerseleo en dos días o se pone verde, y se transpira tanto que hay que tomar agua todo el día.
Pero el 23 de Septiembre el viento corre norte, viento que baja desde las estepas siberianas. En cosa de dos días el ambiente se seca y el calor pasa a ser frío: mucho frío. Yo fui el 22 de septiembre, en chalas y polera, a comprar una chaqueta. Al día siguiente la estaba usando. Y nuestro aire acondicionado estuvo sólo una semana apagado. Luego de eso pasó a servir de calefacción.

La Odisea del Iphone, parte 2 y final.

4 P.M: Partimos de nuevo abajo donde nos configuraron el celular nuevamente: 20 minutos de espera. Los vendedores originales brillaban por su ausencia. Al final el celular estaba listo. Lo analizamos y todo parecía bien pero cuando creíamos que la historia se terminaba, nos dimos cuenta de que faltaba algo: el celular ya no tenía wi- fi. Nada grave, dirán algunos, pero si te compras un iphone, lo mínimo es que venga con todo lo que promete, si no es un verdadero fiasco. Volvimos a llamar entonces a nuestro amigo el vendedor para ver que podíamos hacer. Como se presume, otra batalla campal se venía. Gracias a un improvisado intérprete pudimos ir subiendo el tono de la conversación paulatinamente.

-Esto no tiene WI FI

-No es problema mío

-Pero si tú nos lo vendiste.

- Bueno, paguen y se los arreglo.

-No te vamos a pagar nada ¿que no entiendes?

Bueno, para que seguir, los minutos pasaban y él seguía sin querer responder. Pero al final parece que se cansó y nos dijo: bueno, vayan de nuevo a arreglarlo y no tienen que pagar.

5 P.M: Vuelta al edificio donde arreglaban. Vuelta a hacer cola en el ascensor. A esas alturas la cabeza ya nos dolía. Llegamos al fin a la oficina de arreglamiento de celulares, y esperamos 15 minutos más a que nos arreglaran el nuestro. El mismo chino con físico de alfeñique tomó el celular -en esa oficina enana donde emanaban vapores tóxicos- y procedió a abrirlo y nuevamente cambiarle el chip.

6 P.M: Vuelta a la tienda de abajo y vuelta a configurar. EL celular seguía sin WI FI. Y ¿ahora qué? Fuimos a buscar a nuestro amigo el vendedor, y el con mucha soltura de cuerpo nos dice: bueno, quédense con el celular son Wi Fi, o devuélvanmelo y yo los pago la mitad de la plata. Para que repetir otra pelea como las anteriores, era como hablar con una pared. La racionalidad se había mandado a cambiar y este tipo era totalmente incomprensible.

Pero por suerte nosotros atinamos a hacer algo. Fuimos a buscar al supervisor del Mall (cosa que debimos hacer mucho antes) y hablamos con él pidiéndolo que intercediera por nosotros para que nos devolvieran la plata. Al principio se mostró un poco negativo, pero con el tiempo la cosa se fue arreglando. Pero seguía siendo chino, y como veíamos, los chinos no argumentan sino que buscan puntos medios. Y él nos ofreció que devolviéramos el celular a cambio de, no la mitad, sino tres cuartos del precio. No, por supuesto, fue la respuesta. Luego fue subiendo el monto que él conseguía negociar hasta que, finalmente, llegó al precio pagado y devolvimos el celular. La operación había terminado al fin. Eran las 7:15 P.M.

Algunas preguntas surgen de todo esto. Primero: ¿si a la larga nos iban a devolver la plata, por qué esperar tanto rato y discusión para hacerlo? La respuesta: porque en china las cosas se hacen periférica, no directamente. En occidente tendemos a fijarnos objetivos y metas. Hay algo que queremos conseguir, y vamos a él. Yo quiero comprar una bicicleta y tu vendes una, la vemos, negociamos el precio y ya está, para qué perder más tiempo. Pero los chinos no van al grano, ellos analizan todas las situaciones de manera contextual y por eso deben dar grandes rodeos antes de hacer cualquier cosa. Así, si yo quiero comprarte algo debo saber quien eres y por qué, y debo establecer una relación social contigo. El mundo chino está compuesto de relaciones entre objetos o sujetos, más que de sujetos y objetos. En concreto: en cualquier negocio viene primero la relación entre nosotros y después, sólo después viene el objeto. Es por eso que un chino no te va a tirar su mejor oferta dentro de los primeros 5 ni 15 minutos. En muchas ocasiones debes hacerte su amigo, emborracharte con él y él recién ahí te dará un buen precio. Y en este caso… su percepción de nosotros era negativa. Nosotros cometimos el error de entrar con demasiada violencia a pedir lo que creíamos justo. Pero ante eso el chino piensa: ¿y éstos quienes son? Alguien con más experiencia pudo haber reducido la odisea desde 8 a 1 hora, y eso se logra con guanxi. EL guanxi es la apreciación social que se tiene por un individuo, y que le permite la realización de favores y un cierto margen de negociación.

Por ejemplo, en mi jardín trabajo yo y otro profesor gringo. El gringo lleva menos tiempo que yo, no ha ido a reuniones ni convivencias con los otros profesores (como yo) y su clases no son, al parecer, tan buenas como las mías. Así cuando él falto por estar enfermo le pidieron certificados médicos (él no tiene guanxi) pero cuando yo falté por estar enfermo no hubo drama, e incluso me dijeron que podía pedir permisos para salir de vacaciones cuando yo quisieria (poque yo sí tengo guanxi). En conclusión, las reglas no son parejas, sino que cambian cuando hay guanxi.

En el caso del celular, nosotros no construimos guanxi, no construimos confianza, no rodeamos la situación sino que fuimos al ataque de forma directa. Y eso provocó desconfianza y pocas ganas de colaborar. Porque en china, para bien y para mal, siempre hay que rodear a la presa, nunca atacarla de frente.

martes, 16 de noviembre de 2010

Pequeños triunfos

Mi trabajo es cansador. Muy cansador. Un día normal se inicia con un bailecito a las 8:50. Yo bailo y los niños me copian. En teoría es la misma coreografía todos los días, para que los niños se la vayan aprendiendo de a poco. Ahora, como yo no he sido capaz de aprender la coreografía, entonces el baile cambia todos los días, así que está un poco difícil que los niños se la aprendan.
Después de eso, a las 9 parte mi primera clase a niños de 3 a 4 años. Dura sólo 15 minutos pero hay que ponerle un entusiasmo loco para que los niños no se distraigan. Y además viene, después de esa otra de 15 y otra más. Luego dos de 20 minutos para niños de 4 a 5 años, y al final de la mañana, dos clases de 30 minutos para niños de entre 5 y 6. Bueno, eso es sólo la mañana. En la tarde viene una clase de 30 minutos con niños de 5, y luego 3 clases de 15 minutos con niños de 2 (sí, dos) a 3 años.
En todas estas clases hay que tener mucho ánimo. Una cara de lata, o de sueño o una falta de entusiasmo pueden significar la debacle: la anarquía infantil es trágica. En esas ocasiones los niños pierden el control, juegan por su cuenta, gritan, corren, se pegan, lloran, hacen montoncito, me roban las cosas, sacan la tortuga de su acuario, etc, etc. Esa anarquía se evita con control. Y ese control se adquiere con entusiasmo: no hay que dejar jamás que los niños se aburran o empezarán a entretenerse por sí sólos. Y es esa mantención del entusiasmo lo que agota.

Pero pese al cansancio puedo contar con algunos pequeños triunfos, que ayudan a sobrellevarlo: por ejemplo, una niñita le temía a los extranjeros. Cada vez que yo entraba a la sala ella lloraba desconsolada, no había caso. Y había sido así también con el profesor extranjero anterior, y con el anterior. Conmigo también lloró al principio. Luego se fue calmando, callaba pero no lloraba. Después de a poco empezó a reir, y hoy participa como cualquier otra niña. Eso lo logré haciéndola jugar y olvidarse de su temor.
También hay un niño que es enfermo. No habla, no participa, no entiende nada (creo que tiene autismo). Él está en su propio mundo paralelo, juega con juguetes pero nadie le habla, no canta las canciones que todos saben, no hace caso a las instrucciones de sus profesoras. Conmigo era lo mismo: un ente. Pero una vez, mientras yo cantaba una canción con mucho entusiasmo lo ví pararse, aplaudir y ponerse a bailar. Sólo fue un minuto y volvió a lo suyo pero logré conectarlo aunque fuera por un momento.

También tengo un curso desastre. Desastre desastre. No lo digo yo, lo dice cada profesora que ha pasado por allí. A mí me pasó lo mismo. Llegaba yo a la sala y corrían, me pegaban, se empujaban. Los gritos de "sit down" se los comían con palitos, no había caso. Mi estrategia fue entonces hacerles juegos intensos, físicos y movidos pero que los hicieran pensar. Darle órdenes como "touch the door" para que corran y se apelotonen, pero haciéndome caso. Y puedo decir que ya no tengo problemas con ese curso, siguen siendo inquietos pero ahora están expectantes de la actividad que les voy a hacer, cualquiera que ella sea.

Además, dentro de ese curso el líder negativo se llamaba Steven. Yo lo retaba mucho, pero también lo hacía participar mucho para darle atención. Cuando había que llamar a alguien adelante, era a él, era mi foco de atención. Y después de todo la estrategia funcionó. Ahora se porta mal, aunque no tanto como antes... y pidió cambiarse su nombre en inglés de Steven a Diego, lo cual fue aceptado por sus papás y profesores. De aquí en adelante, cuando se encuentre con algún occidental se va a llamar Diego.

Ya me queda sólo una semana de este extraño trabajo. En mi curriculum dirá: profesor de inglés de kindergarden en Shanghai, China. ¿A qué empleador puede interesarle eso? No he aprendido ningún conocimiento específico, pero me di cuenta de las cosas que puedo ser capaz. Puedo. pararme frente a niños de 5 años sin tener idea de su idioma, y hacerlos pasarlo bien y aprender inglés. Eso demuestra que puedo hacer muchas otras cosas, que creo que son más fáciles que ésta