Los gallos y las viejas volvieron a despertarnos muy temprano al interior del Tulou de Gaobei. Por lo tanto, y ante la ausencia de ducha (ni baño, esto es la edad media, aunque no tanto porque el balde que lo suplía era de plástico y no bambú) nos levantamos tempranito a recorrer el Tulou. La arquitectura de este edificio era impresionante. Al enorme anillo exterior de 4 pisos (en el que dormimos nosotros, más precisamente en el tercer piso) se le sumaban cuatro anillos más al interior con cocinas, casas, bodegas y finalmente un templo taoísta. Ahora bien, a pesar de lo impresionante del lugar, el turismo había ciertamente robado algo de la magia original del lugar, y que aún conservaba Chuxi. En este Tulou la gente se dedicaba ya, casi exclusivamente al turismo. Esto es, a la venta de té, souvenirs, libros, dulces, y monitos plásticos made in china como los que se pueden comprar en la feria de Iloca. Aunque aún existían algunas viejitas que vivían su vida como siempre al interior del Tulou. Otra señal poderosa del efecto del turirmo es que si, por un lado, en Chuchi cualquier terreno cultivable estaba cultivado con pequeñas huertitas labradas a mano, acá muchos potreros lucían abandonados, al no haber nadie ya dispuesto a trabajarlos.
Por otra parte, a eso de las 11 hicieron su aparición magistral uno de los peores enemigos que cualquier visitante va a encontrar en China: los tures. Estos son encabezados por una joven china que las oficia de guaripola. Lleva una banderita y un pequeño parlante por el que no deja de hablar atropelladamente como si se acabara el mundo. Atrás de ella vienen 20 o 30 chinos sacándole fotos a cualquier cosa que se mueva, atropellándose y empujándose, gritándose de un lado a otro, bloqueando las puertas, las salidas, los pasillos, todo. Lo peor es que los chinos son tan programados que todos andan en tour. Cuesta encontrar alguno con el nivel de independencia suficiente como para conocer algo por su propia parte, pues sencillamente están habituados a seguir a la masa. Por lo mismo la cantidad de toures a eso de las 11 se hacía enfermante dentro del Tulou, y como habíamos recorrido la mayor parte de él decidimos escapar.
Una vez afuera recorrimos otros Tulou que había en los alrededores, almorzamos una típica comida china y pensamos que hacer a continuación. Las opciones aran 2: o bien nos íbamos a otro grupo de Tulous (el más grande y conocido) o bien nos escapábamos a Xiamen, en la costa sur de la provincia de Fujian. Por una serie de razones (entre ellas económica pues ir a ver los otros Tulou era muy caro) decidimos partir a Xiamen con cualquiera de los buses turísticos que había en el lugar, que volverían a Xiamen y que por un monto negociable nos llevarían también.
Y así lo hicimos, aunque el camino nos depararía algunas sorpresas. Los pasos montañosos por los que andábamos eran muy bonitos. De los cerros se descolgaban hacia las quebradas los bosques de bambú y las selvas. Abajo en los valles, las aldeas Tulou se multiplicaban en número, rodeadas de colinas aterrazadas sembradas de arroz y bananas. Viendo ese paisaje estábamos cuando de pronto el bus se detuvo en un taco. Más adelante se podía ver que la calle estaba tapada por rocas que habían caído desde un corte en el cerro que había en ese lugar. Primero pensamos que era un derrumbe, pero después descubrimos que había máquinas arriba del cerro tirando rocas al camino, y que luego un buldozer pasaría limpiándolo. En esa media hora de espera nos bajamos y nos hicimos amigos de unos daneses que por ahí andaban, y volvimos a hablar con una portuguesa de Macao que habíamos conocido hace poco en Gaobei. Cuando el buldozer al fin pasó, el camino todavía se veía algo inestable. En cualquier momento las rocas de arriba caerían y aplastarían a algún auto. Por eso todos los que hacían la fila esperaban que el camino se despejara, y luego pasaban muy rápido para no arriesgarse.
Después de eso al micrero se le acabó la bencina, aunque por suerte traía un bidón de reserva y pudimos seguir. Además el conductor se perdió varias veces en el camino, y dentro de Xiamen mismo, por lo que al final el viaje que debía ser de tres horas, terminó siendo de casi cinco. Llegando a Xiamen nos bajamos en un McDonalds para usar el Wi Fi, buscamos en internet un hostal y nos fuimos allá (tip: en internet decía que no habían habitaciones disponibles, pero en el hostal sí había, esto suele pasar).