Día 2 (22 de Noviembre): Longyang-Chuxi Tulou Vilage
A las 6 de la mañana nos despertaron las luces del tren, junto con una música pop bastante insoportable. A éste hora comienza la vida en China, y ante eso no hubo más que adaptarse (aunque tipo 9 volveríamos a quedarnos dormidos). El paisaje por el que avanzaba el tren era una región montañosa típicamente china. Pero ésta tenía varias particularidades. Primero: a pesar de estar en el campo, las casas de la gente en muchas ocasiones eran edificios de tres o cuatro pisos, que se elevaban entre los campos sembrados de arroz (en las zonas bajas) y té (en las zonas altas). Además, cada cierto trecho se aparecía una gran industria, en medio de la nada, con sus chimeneas tirando humo al cielo (bueno, en alguna parte tienen que fabricar todos los made in china. Junto con eso, impresionaban las obras de infraestructura en construcción. Aquí y allá se elevaban puentes y túneles a medio terminar, tan grandes como jamás había visto. Se nota que el gobierno chino tiene mucha plata, y que quiere invertirla en infraestructura. Cada cierto tiempo también, y en medio de la nada, aparecían pueblos y ciudades no muy grandes (tipo Molina) pero con edificios de 20 pisos. Por último, otro asunto extraño del paisaje era la intensidad con la que se cultivaba la tierra: cualquier rincón era útil, y eso incluía la orilla misma de la línea del tren, o el metro de tierra entre una vía y la otra.
A cierta hora nos dio por recorrer el tren. Queríamos ir hasta el coche comedor para (pese a que llevábamos comida) ver qué tenían ellos que ofrecer para comer o tomar. Recorrimos entonces más de 7 carros de este tren, que eran estrictamente iguales salvo por el de primera clase, con piezas individuales de 4 camas más anchas y blandas que las nuestras. Cuando llegamos al restaurant, eran justo las 12: hora estricta e almuerzo china. Pero no había ningún cliente, todo lo que se veía eran 5 o 6 mozos (para 8 mesas) un par de guardias, y unas señoras cuya profesión ignorábamos. Todos ellos se repartían por el restaurant, echados en las butacas tomando té y fumando (pese a que había por lo menos 5 advertencias de no fumar). Cuando quisimos sentarnos en una de las mesas con mejor vista y luz, nos llegaron a preguntar lo que queríamos, y viendo los platos que ofrecían, les dijimos que no queríamos nada. Entonces nos corretearon de las mesas diciendo que eran para comer. ¿quién?- pregunté: ¡aquí no hay nadie! Es para que comamos nosotros –nos dijeron los mozos. Ante tan brillante argumento optamos por no pelear y nos pusimos en un rinconcito, mientras ellos se repartían en las butacas, echados como si nada.
Después de varias horas llegamos al fin hasta nuestro destino: Longyang. Cuando ya eran las 4:50 de la tarde. Nuestro destino era incierto. Sabíamos que queríamos ir a conocer los Tulous: enormes casas de barro circulares, perdidas entre las montañas de la provincia de Fujian, en las que viven de forma comunitaria grandes grupos de una etnia particular llamada los Hakkas. El problema de llegar a ellas es que en guías turísticas como Lonely Planet, e incluso en internet, la información es más bien escasa. Y por lo tanto, llegamos a Lonyang sin saber mucho qué hacer a continuación. Sabíamos eso sí que los Tulous se encontraban en el condado de Yonding, y por lo tanto, llegando a Lonyang preguntamos si había algún bus al pueblo de Yonding, para ver si desde allí podíamos llegar a los Tulous. Nos mandaron entonces al terminal de buses en una moto-taxi, que por 4 yuanes (advertencia para el futuro: el yuan vale aproximadamente 75 pesos chilenos) nos dejó en el lugar. Pero en el terminal ya no había buses, el último había salido 20 minutos antes.
Por lo tanto nos vimos en la posibilidad de, o bien buscar donde alojar en una ciudad que no tenía absolutamente nada atractivo, o buscar la posibilidad de llegar a los Tulou como fuera. Optamos por lo último y nos dedicamos a parar taxis hasta que conseguimos uno que se ofreció a llevarnos por 200 yuanes a un grupo de Tulous que elegimos al azar entre los que teníamos escritos en una lista: ese era Chuxi.
Luego de más de una hora por un camino imposible de malo, y con empacho del taxista incluido, quien se negaba a seguir llevándonos a menos que le pagáramos más plata, llegamos a Chuxi cuando eran las 7 P.M, hora que en el campo chino es ya noche plena y la gente duerme, por lo que difícilmente había alguna luz encendida en el pueblo. Pero por suerte había una, y era una residencial que se ofreció a alojarnos por 80 yuanes. EL taxi y el alojamiento salieron algo caros, pero por haber llegado tarde nos libramos de pagar la entrada el pueblo, que costaba 70 yuanes por persona, y por lo mismo, el negocio terminó siendo beneficioso.
Como asiduo a los trenes mañaneros chilenos, te puedo contar que acá tb te despiertan a las 6AM. Te prenden las luces a esa hora, pasa un wn y te quita la "zafrada" y después pasa un viejo gritando: "desayuno, desayuno, desayuno". Entre los gritos, las luces y que te queai cagao de frío, imposible seguir durmiendo
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