Un Chileno en Shanghai ya no está en Shanghai. Dejé atrás los niños chinos y salí a recorrer (acompañado por supuesto). Pero como el blog a tenido un relativo éxito, casi tan grande como el de René de la Vega en sus mejores tiempo, he decidido mantener el nombre y mostrarles mis crónicas viajeras... que las disfruten.
Día 1 (22 de Noviembre): De Shanghai a Longyang.
Terminar de desocupar nuestro departamento fue una odisea. 7 meses de vida en Shanghai se arrumaban en cajones y repisas. Muchas de las cosas que, por ese afán humano de la recolección, fuimos juntando, ahora se mostraban como recuerdos inútiles, no necesarios para la vida nómade que ahora llevaríamos.
Pero al fin, tras botar, regalar y guardar, estuvimos listos para dejar Fumin Lu 61. Nuestra vida se redujo entonces a dos mochilas de aproximadamente 20 kilos (muchos de los cuales serían comidos o bebidos pero reemplazados por otras cosas). Con eso en la espalda tomamos el metro de Shanghai, y partimos a la estación de trenes.
Los trenes chinos son de muchas categorías; los hay de levitación magnética que pueden llegar a 450 kms. por hora, trenes bala, que llegan a 250, y trenes más humildes que llegan a 120 o menos kms. por hora. Nuestro tren era de los que llega a 120, y luego de una breve espera (y una comida en un “McDonalds” de comida japonesa) nos subimos a él. Nuestros asientos eran en realidad unas literas, de no más de 60 cms. de ancho que se elevaban por el tren en líneas de tres. Para subirá las más altas había que montarse en una pequeña escalinata que hacía de la operación algo un poco circense.
A nosotros nos tocó en una litera de las más bajas, y la siguiente hacia arriba. Frente a nosotros teníamos unos vecinos con los que tratamos de comunicarnos algo en nuestro rudimentario chino. No había más occidentales en este tren.
A las 9 apagaron las luces y tuvimos que hacer hora para que el sueño nos venciera, a eso de las 11.
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