martes, 11 de enero de 2011

Día 37, 28 de Diciembre: Atrás, serpientes estafadoras.

El viaje de Bangkok a Siem Reap, en Cambodia, es famoso. Famoso por sus estafas. Se ha sabido de gente que queda botada en la frontera, o que los hacen pasar por una frontera falsa sólo para sacarles plata, de gente que paga buses con aire acondicionado y lo mandan en la parte de atrás de una camioneta, o de gente que al llegar a buscar su bus en el lado camboyano sólo encuentra taxistas coludidos que cobran un precio infladísimo por un trayecto que no es muy largo. Y lo peor es que pagar más no significa necesariamente ahorrarse estos problemas. Porque son justamente las agencias turísticas establecidas en el barrio de Kaosan las que hacen estas gracias.

Por lo mismo, y luego de hacer algunas averiguaciones decidimos que lo mejor era viajar independientemente. Pero esto no sería fácil, y la gente tratando de engañarnos no se aburriría de aparecerse hasta el final.

Primera etapa; lograr llegar al terminal de buses sin que nos estafaran: para ello fue necesario parar a unos 10 taxis, hasta que uno accedió a llevarnos por el precio que nosotros sabíamos (por la distancia en el mapa) que debía costar el viaje.

Segunda etapa; tomar un bus hasta la ciudad fronteriza: para eso hubo que ignorar los cientos de “hello, where you go?” hasta llegar a una oficina de buses, e insistir que nos cobrara el valor que salía escrito en un cartel y no más. A continuación tomamos un bus que 5 horas después nos depositaba en Aranyaprathet...(no se que más, nombre eterno) en donde varios tuk tuk nos esperaban para llevarnos a la frontera.

Tercera etapa; llegar a la frontera: para lo cual contratamos un tuk tuk que tras mucho regateo, accedió al precio que le pedíamos. Luego el tuk tuk enfiló hacia la frontera, pero antes de llegar a ella se detuvo en una oficina con una gran bandera de Cambodia que decía: Cambodian visa. Afuera, un hombre de terno y corbata muy sonriente nos esperaba. Cómo sabíamos que esto era otra estafa (porque la visa se sacaba en la frontera) le dijimos al tuk tuk que siguiera.

Cuarta etapa; atravesar la frontera: En teoría algo fácil, pero no tanto. Fue necesario ignorar a varios personajes que se acercaban ofreciendo cosas tránsfugas, además de pagar por la visa los 20 dólares que anunciaba un letrero. Eso a pesar de que la policía insistió en que correspondía pagar más plata (para embolsársela, claro).

Quinta etapa; llegar de la frontera a Siem Reap: viaje que hicimos en una van que se suponía era el “bus público” aunque en ella no iba ningún local. Luego supimos que había otro bus un poco más barato, aunque ya era tarde para tomarlo.

Sexta etapa; llegar al centro de Siem Reap: La van nos dejó en las afueras de la ciudad, donde un tuk tuk nos recogió y llevó “milagrosamente” a un hostal bastante lejos del centro. Cuando le insistimos que no queríamos ese hostal, sino que queríamos ir al centro, nos llevó más lejos aún, a un peladero en medio de la nada donde nos dejó botados insistiéndonos que estábamos en el centro! Y cuando le dijimos que era un mentiroso se hizo la víctima diciendo que éramos desconfiados y el sólo quería ayudarnos. Impresionante.

Séptima etapa; encontrar hostal: luego de caminar 2 kms. logramos llegar al centro de la ciudad, donde tras media hora encontramos algo barato y dormible.

domingo, 9 de enero de 2011

Día 36, 27 de Diciembre: Tacos, visas y templos.

Cruzando el río.
A los pies de Buda



La idea era salir temprano a la embajada de Vietnam, para poder entrar luego a ese país sin tener problemas. Este trámite tuvo que hacerse a esta altura porque los días anteriores habían caído en fin de semana, y la embajada estaba cerrada. Y pese a que logramos que un taxista no nos estafara con el precio (cosa ya difícil) los vietnamitas se encargaron de arruinar nuestro presupuesto con un precio totalmente exagerado por la visa (casi 50 mil pesos cada uno), aunque retirando la visa el mismo día en la tarde. La otra opción era retirarla tres días después pagando 30 mil, pero ya no aguantábamos más con el ruidoso y desordenado Bangkok.

Luego de esto fuimos a ver un Buda de casi 40 metros acostado dentro de un templo, junto con los templos que le rodeaban. Bonito aunque no tanto porque los Tailandeses, al igual que los chinos, tienen la costumbre de restaurar las cosas periódicamente y con materiales nuevos, por lo que a alguien como yo que le gustan la historia y las ruinas, estos templos son un poco aburridos.


Después, hicimos otra caminata y visitamos un mercado muy barato en donde la Maca se volvió loca comprando lápices. Ella es una mañosa y sólo le gustan los lápices negros a tinta, en la que ésta fluya bien pero se seque rápido. Es tan mañosa que en Chile es capaz de recorrer todo Santiago para ir hasta la librería de arquitectura, que queda en el centro, único lugar donde según ella venden el lápiz perfecto para su refinamiento (a casi 2.000 cada lápiz). Pues bien, en este mercadito encontró unos lápices que satisfacían todas sus mañas y costaban sólo 150 pesos. Compró 20 y no compró más porque a la vendedora no lo quedaban.

Después de esto volvimos a la embajada a buscar nuestras visas. Pero el taco de Bangkok era tan terrible que si el viaje de ida tomo 20 minutos, el de vuelta tomó casi una hora y media, y para cuando llegamos la embajada ya estaba cerrada. Por suerte para nosotros, Pipe y la Fran que andaban en lo mismo pero viendo otras cosas, alcanzaron a llegar a tiempo y retirar nuestros pasaportes.

Día 35, 26 de Diciembre: Venecia Bangkokiana

Una de las pocas viejitas que vendían sus productos en el "mercado flotante".
Nuestro tour en Tailandés.



Una de las imágenes más famosas de Bangkok es su mercado flotante. En un canal de unos diez metros de ancho, una infinidad de botes con frutas, verduras y pescado se cruzan e intercambian cosas, toda la gente con tradicionales gorros triangulares de paja. Pues bien, no es tan fácil como pensábamos llegar a este famoso mercado. Porque la gente sólo está allí de 6 a 10 de la mañana, pero el mercado queda bastante lejos. Además, es bastante difícil llegar de manera independiente. Pues tras tomar un taxi al terminal y un bus a otro pueblo, hay que tomarse otro taxi hacia los canales y después un bote. Tanta dificultad ha hecho que el viajecito haya sido monopolizado por las agencias turísticas, que coludidas como están, inflan los precios de manera descarada.

Por lo mismo, y por razones tanto presupuestarias como ideológicas (salvo que no quede otra, nosotros NO tomamos tours) terminamos yendo en el bus público a otro mercado flotante que quedaba al interior de la ciudad. Para ser sinceros, hay que decir que no tenía nada que ver con el de las fotos, y además de un par de viejas que remaban en sus botes, lo único que flotaba, además de la basura, eran unas balsas metálicas llenas de restaurantes en los que la comida era rarísima, baratísima y buenísima.

Pero pese a la ausencia de mercado flotante, el viaje se terminó salvando. Porque poco después de terminar de almorzar pasó un botecito recogiendo turistas y ofreciéndoles un viaje de una hora por los canales de los alrededores. Lo bueno es que el viaje era para turistas locales, por lo que era botado de barato aunque hablado en Thai (la mayoría de los extranjeros hacían el mismo tour por un precio muy superior en botes arrendados en su agencia, más razones para seguir rechazando los tours). Lo notable era que a pesar de estar en medio de la ciudad, un ambiente rural rodeaba los canales. Con viejecitas en botes a remo, casas de madera que sólo daban al agua, plantaciones de orquídeas y de bananas y un laberinto de canales imposible de abarcar. Nuestra guía habló sin parar durante la más de una hora que duró el viaje. Ni idea de lo que decía pero la gente se iba riendo, y nos sacaban fotos como una de las atracciones del paseo.

Después fuimos a un famoso mercado nocturno que supuestamente valía la pena. Nada de eso. En los puestos del mercado nocturno vendían las mismas cosas chinas que en todos los mercados malos del mundo, desde Iloca a Lontué y Hangzhou. Lo que era gracioso, eso sí, es que el mercado estaba enclavado en medio del barrio rojo de Bangkok, por lo que las señoritas tailandesas (muy bonitas, hay que decirlo) se desvivían por invitarme a sus locales, además de unos tipos que promocionaban unos shows no muy decorosos que logré que me contaran de que se trataban, aunque no son aptos para este medio.

sábado, 8 de enero de 2011

Día 34, 25 de Diciembre: La madre de todos los persas

Debo reconocer que, pese a mi aversión por todo tipo de Malls, tiendas, mercados o bazares, venir a Bangkok y no ir a ningún mercado es un sacrilegio imperdonable. Y si se está (como nosotros) en un fin de semana, hay que ir al mercado de fin de semana. El mercado más grande de Bangkok y quizás del mundo. Es cliché decir que se vende de todo, pero así nomás es. Desde frutas, verduras y carnes a serpientes, pernos y antigüedades. Y sobretodo ropa: mucha ropa. Venir con una mujer es entonces una perdición, porque no sólo hay mucha ropa sino que está baratísima, aunque debo reconocer que la Maca estuvo muy medida y no compró tanto como yo me temía (quizás porque en este viaje lo que se compra se acarrea en la mochila). Otras cosas botadas de baratas, como canastitos, cuadritos o estatuitas eran tan pesadas o incómodas de llevar que ella ni siquiera se detuvo a mirarlas, porque era una tortura mirar y no poder comprar.

Cuando ya anochecía volvíamos a la calle Rambuttri, donde quedaba nuestro hotel y su cómoda habitación en el quinto piso sin escaleras. La calle es peatonal y está tapizada de locales callejeros de comida Tailandesa, camas para hacerse masajes y bares improvisados. Por lo que, aunque poco apta para descansar, es muy entretenida

jueves, 6 de enero de 2011

Día 33, 24 de Diciembre: El día de los zombies vivientes navideños.

Feliz Navidad a todos! Atrasados y a la distancia pero vale igual.
Una vista de los templos de Bangkok.



A pesar de todo logramos llegar a Bangkok: ruidosa, multicolor, saturada y fascinante Bangkok. No eran más de las 6:30 A.M y ya dábamos vueltas (sin haber dormido) por sus calles en busca de un alojamiento barato y que no pareciera tener enfermedades infecciosas (único requisito extra a esta altura). Y no sería hasta las 9:00 que lo lograríamos en Kaosan, el barrio más cliché pero más barato de la ciudad, y donde van a caer todos los extranjeros que pasan por acá (salvo los muy finos que se van a sus hoteles de varias estrellas).

Llegados entonces a nuestra cómoda habitación en el sexto piso sin ascensor, ni agua caliente, ni aire acondicionado (en realidad nunca en este viaje hemos alojado en algún lugar con aire acondicionado y agua caliente) nos decidimos recorrer la ciudad, porque echarnos a dormir significaba dar por terminado el día. Y como yo y la Maca somos buenos para la tortura, decidimos que el paseo por la ciudad sin haber dormido fuera hecho en bicicleta, aprovechando que recientemente la municipalidad de Bangkok había puesto bicicletas gratis para los turistas (y lo que es gratis hay que aprovecharlo). De paso, evitábamos con las bicicletas andar en los famosos Tuk Tuk (motos con carrito) que eran muy conocidos en Bangkok por hacer la gracia de llevarte a cualquier parte menos a la solicitada.

Bangkok no es sin embargo, y pese a ser muy antigua, una ciudad muy bonita. Y salvo por los templos y palacios, que abundan, el resto de la ciudad es moderno sin alcanzar a ser sofisticado, y desordenado sin alcanzar a ser pintoresco.

Los templos, eso sí, son increíbles. Con cúpulas doradas y llenos de azulejos multicolores, y gente sin zapatos que le prende inciensos a Buda. El palacio del rey es también algo enorme y muy impresionante, aunque el rey mismo (un orejón anteojudo que está en todos los billetes, posters, calendarios, paraderos y llaveros de Tailandia) no se deja ver hace mucho tiempo porque, según dice, se estaría probando el piyama de palo.

En la noche, y pese a que el cansancio nos estaba matando, nos juntamos con Pipe y la Fran (que se estaban quedando en un hotel bueno) y tuvimos una pequeña cena navideña en un restaurant. En mi caso comiendo pollo con curry y papas en leche de coco.

Día 32, 23 de Diciembre: Tailandestafa

Arriba del primer bus. Eran las 3:00 P.M. y el viaje no terminaría hasta las 6 A.M del día siguiente.

Cuando se visita el sudeste asiático hay que tener mucho cuidado con las estafas. Éstas pueden ir desde lo más sutil (y a veces inevitable) a lo más complicado. Por ejemplo el pasaje de bus que vale 100 te lo venden a 200, o lo que en internet parecía ser una hermosa habitación por la que ya pagaste muy buen precio, termina siendo una pocilga en la que a los ratones les da asco entrar de tanta cucaracha.

Pero hasta la fecha nosotros habíamos sido cuidadosos, muy cuidadosos, y habíamos logrado mantenernos lejos de las estafas con una serie de medidas, entre ellas: nunca confiar en las agencias de turismo y hacer todo por nuestra cuenta en buses o trenes públicos; siempre regatear (lo que sea) hasta encontrar el precio justo; no escuchar a nadie que te vaya a buscar a algún bus o barco apenas te bajes sin importar lo que ofrezca; no arrendar nada por adelantado sin haberlo visto en persona; tener siempre ubicado en el mapa hacia donde vamos para que los taxistas no den vueltas inútiles.

Pero siempre hay una primera vez y nos tocó a nosotros. Pues caímos en la tentación de, en lugar de ir hasta el terminal de buses, arreglar un pasaje a Bangkok en una agencia de turismo en Aonang (ciudad cercana a Tonsai) y en esa agencia lograron vernos la cara.

Primero, por el precio. Lo negociamos mucho rato (y estoy seguro que nadie en ese bus de extranjeros pagaba menos) pero fue mayor al que se consigue en el terminal público.

Segundo, nos dijeron que sería un solo bus que nos pasaría a buscar, y perdimos casi tres horas en un bus enfermo de rasca recogiendo pasajeros.

Tercero, porque nos dijeron que justamente no pararíamos todo el tiempo a recoger pasajeros, cuestión que resultó ser falsa.

Cuarto, porque nos insistieron en que iríamos en el “Super Mega Vip Golden Bus” con asientos 100% reclinables, cuando la verdad es que las sillas de mi colegio se reclinaban más que esto.

Pero en fin, la Maca que es malita para alegar les puso un reto del que se deben estar acordando todavía, y no tuvimos más que asumir el viaje nocturno a Bangkok en este incomodo bus.

De más está decir que no dormimos casi nada.

Día 31, 22 de Diciembre: Vuelta a Railey

Atardecer en Phranang. Parece postal pero no lo es.

Volvimos entonces a nuestra amada Tonsai, a visitar por última vez Pharang Beach (la playa más bonita del mundo so se recuerdan). Ésta vez estábamos acompañados nuevamente por Pipe y la Fran y recorrimos las cuevas de los islotes frente a Pharang en el Kayak que ellos habían arrendado. No hay mucho más que destacar de este día, salvo ese recorrido en kayak y la visita a una de las cuevas de los alrededores, desde donde había increíbles vistas de la playa.

Día 30, 21 de Diciembre: Down

Este es nuestro barco de buceo. No hay muchas mas fotos porque después nos pusimos los equipos. Eso si, compramos una cámara submarina que algún día será revelada.



Afortunadamente la visita a Phi Phi island no fue una completa pérdida de tiempo. Pues la isla es mundialmente famosa por la calidad de su buceo. Sin embargo, la mayoría de los turistas que llegan a Tailandia bucean en Ko Tao, en la costa Este. Esto porque Ko Tao está más cerca de Bangkok, y por lo tanto la gente arregla paquetes turísticos desde Bangkok mismo, con lo cual el buceo es algo más barato que en otras partes. Pero como nosotros no teníamos planeado ir a la costa Este, entonces no nos salía más caro bucear en Phi Phi, y además la calidad del buceo es infinitamente superior acá que en Ko Tao.

El precio, eso sí era alto, pero menor a lo que me esperaba. Pues lo normal es que para bucear haya que hacer un curso de tres días que te entrega un certificado, y eso tiene un costo de alrededor de 200.000 pesos chilenos. Pero en Phi Phi se ofrecía un programa llamado “Discover Scuba Diving” que incluía dos sumergidas de hasta 15 metros de profundidad (más que suficiente para una primera vez) por un precio menor a los 50.000 chilenos (algo que casi destruyó nuestro presupuesto, pero valió la pena totalmente). Así que yo y la Maca decidimos tomarlo y lanzarnos a explorar las profundidades.

La visibilidad ese día era de aproximadamente 30 metros, y de verdad era impresionante. Tanto así que desde la superficie se podía ver el fondo del mar con mucho detalle, y este se encontraba a más de 25 metros de profundidad. Se hace complejo describir la sensación de bucear. Los oídos molestan todo el tiempo, y hay que parar frecuentemente a compensarlos. Pero la respiración se va haciendo lenta y el cuerpo se va acostumbrando muy rápidamente. Sin darse cuenta cómo, uno puede llegar a 20 metros de profundidad y olvidarse de que está buceando y dependiendo de un tubo en la espalda. Porque cuando se llega al fondo del mar se siente la libertad más absoluta, y el paisaje invita a subir y bajar montañas, atravesar cañones y recorrer bosques de corales. Debe ser lo más parecido que existe a volar. Yo lo que vimos es difícil decirlo con palabras. Llega un momento que los peces de todos los colores imaginables se hacen rutina, y los corales son de tantos tamaños y colores diferentes que uno se pregunta su alguna vez llegará a verlos todos. Lo más grande que llegamos a ver fueron tiburones, aunque no eran muy grandes y eran más bien tímidos. El viaje también contempló una visita a la saturada Maya Beach (la playa de “La Playa”) y un recorrido por las islas circundantes.

Después de desembarcados volvimos a Phi Phi para darnos cuenta de que ya no queríamos estar allí. Las alternativas eran entonces 2: la primera era ir a Phuket, que según sabíamos era un lugar más saturado aún de turistas. La segunda era volver a Tonsai-Railey, que aunque sonara ridículo, era mejor opción que quedarse en Phi Phi, porque solamente con la diferencia de precio en el alojamiento se pagaba el barco.

Día 29, 20 de Diciembre: Pichí Island

Esta es la playa de Phi Phi. Parece bonita pero tiene olor a desagüe y está llena de basura.
Calle de Phi Phi. Ni pintoresca ni mucho menos.


Nuestra visita a Tailandia había, hasta la fecha, evitado expresamente pasar por los lugares más turísticos de este país. Léase con eso las islas de Ko Tao, Ko Pagnan, Pukhet y Phi Phi. Todos estos lugares pueden ser bonitos y atractivos, pero la inmensa cantidad de gente de todo el mundo que los visita los han transformado en lugares indeseables. Además, los turistas que llegan a estos lugares son, en su mayoría, ingleses, estadounidenses o australianos (y varios chilenos) que carretean como si nunca antes lo hubieran hecho, con ese estilo spring breaker que nosotros encontramos sencillamente insoportable. Llámenme perno, pero cualquiera que haya estado en estos lugares (o por ejemplo también en Cancún) estará de acuerdo con que las hordas de gringos borrachos NO son algo con lo que uno se quiere encontrar, y sólo los chinos o japoneses en tour (por razones ya explicadas en este blog) pueden disputarles la corona como el grupo humano más indeseable.

Pues bien, pese a que nuestra política anti lugar extra turístico hasta la fecha había sido impecable, caímos por diversas razones en el truco de Phi Phi Island, y terminaríamos arrepintiéndonos. Las razones para ir a Phi Phi fueron varias. En primer lugar, muchas personas de confianza la habían recomendado expresamente (no sé en qué estaban pensando), segundo, estábamos a no más de una hora de distancia en bote, a precio alcanzable, y por último, guías como la Lonely Planet sostienen que a pesar de la fiebre turística, sigue siendo uno de los lugares más bonitos de Tailandia.

Pero la misma llegada a la isla es decepcionante. Lo que debe haber sido hace algún tiempo una hermosa playa, es ahora el puerto de llagada, y la bahía está tan llena de barcos que ni siquiera es seguro tirarse a nadar sin temer ser atropellado por algún bote. La playa, por su parte, está tapada de botes amarrados y el poco espacio disponible está lleno de gente. El pueblo al que se llega fue desarrollado de manera muy poco armónica desde el tsunami de 2004 (cuando quedó arrasado) y pese a que hay hoteles y restaurantes bonitos, la mayoría de las calles no son atractivas. Los precios para comer o dormir están infladísimos. Por ejemplo, el cuchitril en el que dormíamos en Tonsai costaba 250 bath la noche (3750 chilenos), exactamente la mitad de los 500 Bath que costaba uno en Phi Phi de igual o inferior calidad. Un almuerzo humilde (arroz frito con pollo) en Tonsai costaba 50 Bath (750 Chilenos), de nuevo la mitad de lo que costaba en Phi Phi. Sólo el copete era más barato acá pero con tanta gente carreteando y empujándote en la calle no daban muchas ganas de tomar. La otra playa del pueblo (que queda por el otro lado del pueblo) es sucia, hedionada y pantanosa, aunque de lejos se ve bonita. Baste sólo con decir que en 10 metros de costa encontramos botada una toallita femenina y dos condones usados (a lo menos hay algunos que lo pasan bien en esa playa). Luego de este panorama aterrador, uno piensa en escapar, pero eso no es tan fácil. Long Beach es una playa bonita, pero para llegar a ella hay que caminar media hora o tomar un bote que te cobra 200 Bath. Además, hay demasiada gente allí (imagínese Reñaca en pleno Febrero) y, aunque bonita, esta playa no tiene nada que envidiarle a las de Koh Lipe, Koh Muk, Railey ni mucho menos a Pharang.

Ahora, si vió la película “LaPlaya” (con Leonardo di Caprio) y añoró llegar a ese lugar no hay ningún problema. Ésta playa se llama “Maya Beach” queda en la isla sur de Phi Phi, a la que se llega tomando un botecito por 500 Bath (7500 chilenos) que te lleva al lugar tras visitar otras playas. Pero el panorama está muy lejos del paraíso de Di Caprio y su pandilla. Pues aunque la playa es, verdaderamente, muy bonita (aunque sigo prefiriendo Pharang), hay tal cantidad de barcos, botes, chinos en Tour, gente posando para las fotos, gente haciendo snorkel, gringas huecas, etc, etc, que apenas puesto un pie en “La Playa” dan ganas de salir arrancando. Mi consejo: si andan por el lugar quédense en Tonsai Beach, andando en Kayak, escalando o simplemente tomando sol y lo van a pasar mucho mejor por la mitad de la plata. Phi Phi fue un paraíso alguna vez, pero eso fue hace mucho tiempo ya.

Día 28, 19 de Diciembre: Mar Adentro.

Kayakeando a 8 kms. de la costa.
Pescados jotes. Eran las palomas de la playa.
Deep water solo. Solo.

En Tonsai y Railey abundan las agencias de turismo. Todas ellas ofrecen más o menos los mismos paquetes turísticos, por precios de alrededor de 7.000 u 8.000 pesos chilenos por un día. Y dentro de los programas más populares se encuentra uno que te lleva a 4 Islas bonitas (Boda, Chiken, Tub y Hong) y otro que te lleva a hacer deep wáter solo: es decir, escalada en roca subiendo desde un bote, por un acantilado que termina en el mar, por lo que se escala sin cuerdas y el que se cae, cae al agua. Bueno, siguiendo el consejo de la pareja alemana-chilena, logramos hacer estas dos actividades en un solo día y pagando solo 2000 chilenos cada uno.

Para ello arrendamos un kayak en Tonsai, y después de una hora remando llegamos a la hermosa isla de Boda, con su playa de arena blanca cercada de palmeras, y los pocos turistas que habían contratado el turcito (no había otros kayakeros). Después de eso, por detrás de esa misma isla llegamos a los acantilados donde se hacía el Deep Water Solo. El acantilado tenía una entrada hacia adentro en su parte baja, por lo que para empezar a subir había que agarrarse de una escalera de cuerdas que estaba colgada desde la roca, y simplemente empezar a trepar. El muro no era muy difícil de escalar, pero la posibilidad de caerse desprevenidamente hacia atrás unos diez metros, sumado a la falta de seguridad que se sentía, y al hecho de que andaba con zapatillas normales y no de escalada, hacían de la experiencia algo un poco aterrador. Por lo mismo, sólo estuve muy poco rato trepando y decidí tirarme al agua. En todo caso, lo hice y no pagué las 7 u 8 lucas que todo el mundo paga por hacerlo. Después de esto nos quedamos en una pequeña playa cercana jugando con los peces locales, que se acercaban a uno cuando les tirábamos galletes.

Tras un almuerzo partimos a Tub Island, un pequeño islote que se une por una franja de arena a Chicken Island, camino que con la marea alta desaparece y con marea baja se ensancha dejando aparecer la playa. Después de esto ya eran cerca de las 4 y media y decidimos remar a Tonsai, un viaje de casi 2 horas (contra las olas y el viento que SOLO ese día aparecieron) que nos hizo llegar cuando ya oscurecía. Pese a que los barzos estuvieron agarrotados todo el día siguiente, el viajecito valió mucho la pena.

Día 27, 18 de Diciembre: Up

Macuca Escaladora
Yo escalador



Mi estadía en Raley había estado bien hasta la fecha. Pagábamos poco por alojamiento, comíamos bien y barato y visitábamos bonitas playas. Pero había sólo un problema: en la Meca mundial de la escalada en roca yo no había escalado en roca. Mi relación con la escalada no es, en ningún caso, tan cercana. Tomé en la universidad un taller de escalada y me alcancé a entusiasmar un poco con el asunto: fui dos veces a escalar en roca y hasta tuve unos zapatos de escalada que desaparecieron en misteriosas circunstancias. Luego de ello, por tiempo y plata nunca pude dedicarme, y no escalé más. Pero estando en Raliey no podía dejar pasar la oportunidad. Incluso, poco antes de encontrarnos con la chilena y su marido alemán, fuimos a una escuela de escalada y yo estaba dispuesto a pagar la alta suma que costaba la gracia con tal de escalar acá. Pero no fue necesario, gracias a los chileno-alemanes que nos invitaron a escalar con ellos, pudimos hacerlo sólo pagando el arriendo del arnés y los zapatos. Algo así como 2.000 pesos por toda la mañana.

El lugar al que fuimos a escalar era impresionante. A pocos metros de la playa subía un camino que llegaba hasta uno de los acantilados que rodeaban la playa por todos lados. Allí, mirando el mar comenzaba una ruta de escalada en la que había que subir escalando por un hoyo en la roca que después se convertía en una especie de media tubería, que permitía poner los pies hacia ambos lados y las manos por el frente. Yo subí ese primer muro con relativa rapidez, a pesar de que era bastante alto (alrededor de treinta metros). Y la vista desde arriba era impresionante. La playa de Tonsai estaba abajo, rodeada de acantilados tapados de selva y, más allá la playa de Railey. En el mar, por su parte, se podían ver infinidad de botecitos de “cola larga” y, más allá, las hermosas islas de Boda y Chicken que ya tendríamos la oportunidad de conocer.

Luego fue el turno de la Maca, quien tras algunos problemas para pasar a través del hoyo del principio, logró seguir unos cinco metros más antes de que se le ocurriera mirar para abajo. Porque se veía no solo lo ya escalado, sino todo lo que habíamos subido antes para aproximarnos al muro. Luego de eso el vértigo hizo que le tiritaran las piernas y decidió no seguir subiendo.

Después fuimos a otros muros más difíciles que el anterior que yo intenté escalar. El primero era una estalactita muy grande que había que subir abrasando, aunque yo solo logré llegar a la mitad. Después intenté con otro muro que también me dejó botado.

Extenuados, luego de almorzar nos fuimos a la playa por el resto del día.

domingo, 2 de enero de 2011

Día 26, 17 de Diciembre: La mejor playa del mundo con el peor clima.

El calentamiento global sigue causando estragos. Los osos polares se quedan sin hielo donde caminar, los prados verdes se desertifican… y en Tailandia llueve en época seca cuando se nos ocurre asomarnos a la playa. Por suerte pharang beach está cercada por acantilados que se curvan hacia arriba, dejando a los veranenates un refugio natural para ver el agua caer sin mojarse. Mucho más que eso no tuvo nuestro día, sólo que conocimos una chilena casada con un alemán que eran escaladores, y andaban de vacaciones escalando en Raley. Ellos se ofrecieron amablemente a invitarnos a escalar al día siguiente.

Día 25, 16 de Diciembre: La mejor playa del mundo.

Playa de Pharang




Más allá de la playa de Railey y tras caminar a los pies de un increíble acantilado que se curva hacia arriba y deja caer unas estalactitas impresionantes se llega hasta la playa de Pharang. En varios rankings (que no tengo idea quien hace) ha aparecido la playa de Pharang como la mejor del mundo, y la verdad es que méritos no le faltan. El agua es turquesa y la arena blanca y fina. En el mar, muy cerca de la costa, aparecen islotes altos con acantilados a sus lados y selvas en la punta, en el mar no hay olas y en las rocas abundan los peces de colores. Pero además de todo esto, uno de los lados de la playa termina en una cueva impresionante, con un techo de más de 30 metros de altura y lleno de estalactitas, y en la cual se meten el mar y la arena, por lo que se puede ir nadando hasta la cueva misma. Además de todo esto, no hay kioskos ni infraestructura, pero llegan botes restaurantes donde se pueden pedir platos Tailandeses por 70 bath (1200 chilenos. Todo un lujo por el lugar en el que están). El único problema es que entre 12 y dos de la tarde se llena de barcos con cargamnentos de turistas que llegan a sacarse fotos. De entre ellos, los más curiosos son los chinos, quienes fieles a su estilo caminan por la plya sacándose fotos con el salvavidas puesto, y se sientan en la arena apiñados todos, no vaya a ser que alguno se siente solo y haga algo por sí mismo. Chinerías de las que ye hemos tenido tiempo de hablar.