Yo escalador
Mi estadía en Raley había estado bien hasta la fecha. Pagábamos poco por alojamiento, comíamos bien y barato y visitábamos bonitas playas. Pero había sólo un problema: en la Meca mundial de la escalada en roca yo no había escalado en roca. Mi relación con la escalada no es, en ningún caso, tan cercana. Tomé en la universidad un taller de escalada y me alcancé a entusiasmar un poco con el asunto: fui dos veces a escalar en roca y hasta tuve unos zapatos de escalada que desaparecieron en misteriosas circunstancias. Luego de ello, por tiempo y plata nunca pude dedicarme, y no escalé más. Pero estando en Raliey no podía dejar pasar la oportunidad. Incluso, poco antes de encontrarnos con la chilena y su marido alemán, fuimos a una escuela de escalada y yo estaba dispuesto a pagar la alta suma que costaba la gracia con tal de escalar acá. Pero no fue necesario, gracias a los chileno-alemanes que nos invitaron a escalar con ellos, pudimos hacerlo sólo pagando el arriendo del arnés y los zapatos. Algo así como 2.000 pesos por toda la mañana.
El lugar al que fuimos a escalar era impresionante. A pocos metros de la playa subía un camino que llegaba hasta uno de los acantilados que rodeaban la playa por todos lados. Allí, mirando el mar comenzaba una ruta de escalada en la que había que subir escalando por un hoyo en la roca que después se convertía en una especie de media tubería, que permitía poner los pies hacia ambos lados y las manos por el frente. Yo subí ese primer muro con relativa rapidez, a pesar de que era bastante alto (alrededor de treinta metros). Y la vista desde arriba era impresionante. La playa de Tonsai estaba abajo, rodeada de acantilados tapados de selva y, más allá la playa de Railey. En el mar, por su parte, se podían ver infinidad de botecitos de “cola larga” y, más allá, las hermosas islas de Boda y Chicken que ya tendríamos la oportunidad de conocer.
Luego fue el turno de la Maca, quien tras algunos problemas para pasar a través del hoyo del principio, logró seguir unos cinco metros más antes de que se le ocurriera mirar para abajo. Porque se veía no solo lo ya escalado, sino todo lo que habíamos subido antes para aproximarnos al muro. Luego de eso el vértigo hizo que le tiritaran las piernas y decidió no seguir subiendo.
Después fuimos a otros muros más difíciles que el anterior que yo intenté escalar. El primero era una estalactita muy grande que había que subir abrasando, aunque yo solo logré llegar a la mitad. Después intenté con otro muro que también me dejó botado.
Extenuados, luego de almorzar nos fuimos a la playa por el resto del día.
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