sábado, 25 de diciembre de 2010

Día 13, 4 de Diciembre: Into the wild… or not.

El plan para el día era fantástico. Repartidas por el Taman Negara se encuentran ciertas plataformas de observación, en las que se puede pasar la noche y esperar que se aparezcan los animales. De todas esas plataformas, la mayoría está a no más de 4 kilómetros de la entrada al parque, y por lo tanto son más frecuentadas por turistas que por animales salvajes. Pero existe otra que se encuentra 11 kms. selva adentro. El plan era entonces caminar esos 11 kms. llegar a la plataforma y pasar la noche allá para volver al otro día. En la tarde anterior habíamos comprado provisiones suficientes, y todo parecía andar bien.

Sin embargo, el clima nos jugó una mala pasada. Llovió toda la noche y al día siguiente en la mañana seguía lloviendo, sin tener mucha cara de querer amainar. Pero como esto era la selva, y la oportunidad era única, decidimos seguir delante de cualquier manera. Tomamos entonces nuestras mochilas (cargadas de agua, comida y ropa seca embolsada para que no se mojara) y nos largamos a caminar. A los pocos metros descubrimos que la lluvia no era algo tan problemático como imaginamos. Porque el follaje de la selva es tan espeso que la mayor cantidad de lluvia es detenida por él y llevada hacia los troncos, por donde baja sin molestar mucho. Tampoco se formaban tantas pozas como pudimos imaginar, porque las hojas y ramas en descomposición armaban un colchón vegetal que absorbe el agua. Los primeros dos kilómetros de marcha transcurrieron entonces en una relativa normalidad hasta que empezamos a toparnos con las sanguijuelas.

Para mí las sanguijuelas eran unos bichos viscosos parecidos a las babosas, que viven en ríos y pantanos y absorben la sangre de los animales (sean racionales o no). Pero lo que había en esta selva era un poco distinto. Desde el barro surgían pequeñísimos gusanos, no más grandes que una lombriz, y con su parte trasera un poco engrosada. Estos bichos asomaban su cabeza hacia arriba, como buscando de donde agarrarse, y a veces se ponían a caminar apoyando la cabeza y luego el trasero en el suelo. Si alguno de nosotros pasaba por allí, estos gusanitos se pescaban con una fuerza increíble, y comenzaban a treparse rápidamente por los pies, buscando algún lugar por donde meterse y empezar a tomar sangre. Eran muy rápidos para subir, y muy difíciles de sacar. SI se agitaban los pies ellos ni se inmutaban, y seguían muy agarraditos como si nada. Si se los sacaba con la mano se colgaban de ella intentando chupar sangre. La única forma de sacarlos era echándoles sal, con lo que se bajaban de los pies como un quiltro asustado. Por suerte nosotros llevábamos sal para la ocasión, pero de igual manera la situación no era muy bonita. Desde el segundo kilómetro en adelante, cada vez que parábamos teníamos que sacudirnos a 5 o 6 de estos bichos, que se las arreglaban para, incluso con sal, seguir pescados de la ropa. Cuando ya llevábamos cuatro kilómetros la Maca sencillamente entró en colapso nervioso. “No puedo aguantar esto más” –decía- “estos bichos son lo más asqueroso que he visto en mi vida, y en el refugio también va a haber, y mañana también”. La situación era desesperada así que no quedó otra que volverse. En total, entre ida y vuelta caminamos 8 kilómetros por la selva.

Luego de esto, desmoralizados por la crueldad de la selva decidimos volver mientras podíamos a Kuala Lumpur, a casa de nuestros amigos iraníes. Ellos nos recibieron, como siempre, con comida, música y dulces iraníes, y con shisha para fumar.

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