Koh Muk desde el bote.
Ko Muk sería otra de las innumerables pequeñas islas de Tailandia, que pasan desapercibidas sin jamás recibir un visitante, si no fuese por la cueva esmeralda. Para llegar a ella hay que contratar un bote, aunque luego descubrimos que arrendar un kayak era más que suficiente, porque la cueva no estaba tan lejos. Allí, a los pies de un acantilado que corta el mar se abre una pequeña entrada de no más de 5 metros de ancho y dos de alto desde el nivel del mar. El piso de la cueva está sumergido por lo que hay que nadar a través de ella. Luego de unos treinta metros la cueva da un giro, y ya no es posible ver nada, sólo la tenue luz de la linterna que lleva el guía en su cabeza. Así, nosotros seguimos nadando en la oscuridad hasta que vimos una luz al final del túnel, que se hacía más y más grande con cada brazada.
Y al final, la cueva llegó a su fin, y se abrió ante nosotros una playa “secreta”, perfecta para ser el escondite de un tesoro de piratas. La playa está rodeada de acantilados por todos lados, por lo que la única forma de llegar a ella es a través del agua. Además, desde los acantilados se descuelga la jungla de forma increíble, dejando caer lianas que llegan hasta el suelo y que serían la única escapatoria del héroe en la eventual película de piratas.
Además del grupo nuestro, que era de 4 personas, dentro de la cueva sólo nos topamos con unas 5 o 6 personas. Muy buen número porque la playa secreta era chica y no querías toparte con mucha gente más. Pero cuando veníamos saliendo se vino la debacle: frente a la salida de la cueva había tres grandes barcos repletos de gente, que caían como moscas al agua con salvavidas, y se formaban en línea con un guía en el primer lugar. Eran turistas tailandeses de todas las edades que iban hacia la cueva, y mientras nadaban en fila (agarrados de sus chalecos salvavidas) cantaban canciones como boy scouts caminando por el bosque. La imagen me recordó a las películas de la segunda guerra mundial, cuando los soldados aliados bajan por miles en Normandía para ser masacrados por las metralletas nazis. No había aquí metralletas, pero las hubiera deseado si no hubiéramos salido justo antes de que toda esta gente entrase a la cueva.
Luego de eso nos llevaron a hacer snorkel bajo un acantilado que quedaba un poco más allá. Pese a que la visibilidad no era la mejor, vimos un número aceptable de peces, no muy grandes, pero muy coloridos. Yo iba con la Maca nadando al lado y de pronto empecé a sentir algo así como su pelo al lado derecho de mi cara y de mi brazo. Pero se sentía un poco raro, sobre todo cuando el pelo me empezó a pinchar de una forma muy extraña. Ahí fue cuando me di cuenta de que no era de a pelo lo que me pinchaba: era una medusa bastante grande y rosada que se sintió amenazada por mí creyendo que era un tiburón o algo, y me empezó a atacar con sus tentáculos, echándome el ácido que tiene para alejar a los depredadores. Ante esto yo me alejé inmediatamente y nadé hasta el bote que nos había llevado hasta allí con un dolor parecido al de una quemadura, en el brazo derecho, la mitad derecha de la cara y el torso por el mismo lado. No dejaría de dolerme en el resto del día, pese a que me eché vinagre para contrarrestar el ácido y una pomadita para quemaduras y picaduras. Todo se me puso muy rojo por 24 horas, pero luego la piel se puso normal y sólo me quedó una roncha en lo que, era al parecer, la parte central de la picadura. Por suerte, según me dijeron, las medusas de esta zona no son venenosas, y prueba de ello es que sigo vivo, aunque me sentí muy raro todo ese día.
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