Los monos de Tarutao.
A primera hora tomamos un ferry a Tarutao. Las promesas de “Lonely Planet” parecían irresistibles: en medio del mayor parque marino de Tailandia se aparecía una isla montañosa tapada de selvas habitadas por monos y otras especies. Las selvas acababan en playas prístinas de arenas blancas. Pero como el lugar era parque nacional no había mucha gente y sí había carpas que se podían arrendar por muy poca plata (tres mil peses chilenos la noche) y quedarse en medio de la playa, sin muchos vecinos que molestasen.
Las promesas resultaron ser, en su mayor parte, verdaderas pero con algunas situaciones problemáticas. Lo primero que nos llamó la atención es que, efectivamente, la gente que pululaba por el lugar era más bien escasa. Era más probable encontrarse con un Tailandés que trabajaba allí y se paseaba en una ruidosa moto, que con algún turista francés o alemán con la piel más blanca de lo que quisiera a esta altura de su viaje. De hecho, en el inmenso complejo que recibía a los turistas -donde en medio de los árboles se repartían cabañas, carpas, una tienda, un restaurant y unos baños excelentes- era más probable encontrarse con monos que con gente. Vimos a lo menos tres tipos de monos. Unos eran macacos grandes, de más de un metro de altura que parecían amenazantes con sus enormes colmillos. Ellos se paseaban por las carpas y cabañas buscando algo de comida, por lo que no había que dejar nada afuera o atacaría. También había unos monos pequeños, que andaban en grupos de 10 o 15, haciendo maldades como cabros chicos. Por último vimos, arriba de un árbol, un hermoso pero tímido lemur negro con una franja blanca alrededor de los ojos.
Pero junto con los monos, y la ausencia de gente, había en el parque basura: mucha basura. Según nos explicaron después, las corrientes marinas arrastraban todas las botellas plásticas u otras cosas que pudieran flotar desde todas las islas cercanas a la isla de Tarutao. Las mareas altas se encargaban luego de depositar esta basura en el lugar donde termina la playa y empieza la selva. Al parecer, nadie se preocupaba mucho de esta basura. Y sólo los primeros 100 metros de la playa
principal parecían haber sido limpiados alguna vez. Porque el resto de la playa era un asco.
A pesar de este detalle la playa resultó ser un agrado, auqneu el día que llegamos no había carpas y nos pasaron una pieza bastante poco digna por 500 Bath (7500 chilenos). En la noche, bastante aburridos por la falta de movimiento, buscamos en la playa una fogata y nos quedamos allí con unos franceses y unos alemanes, tomándonos un Alto del Carmen que había viajado desde Chile en Mayo, y sobrevivido a los carretes de mi casa en Shanghai para llegar a morir en Diciembre en esa playa casi solitaria.
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